Me vais a permitir comenzar con una expresión que uso mucho últimamente, y es que «esta profesión es otro rollo». De hecho, hoy voy a intentar explicar uno de esos momentos que dan sentido a esa expresión.
A lo largo de un curso escolar vivimos muchos momentos especiales, de los que generan bonitos recuerdos a todos los que tenemos la suerte de disfrutarlos. Me vienen a la cabeza las fiestas de fin de curso, los días previos a las vacaciones de Navidad, el primer día de cole, la despedida a los que se marchan a Secundaria, y muchos otros que harían de esta una lista muy larga. Pero hoy quiero centrarme en uno que no acapara las portadas de los periódicos, ni sale en las noticias de la tele, ni siquiera tenemos en mente los docentes cuando comenzamos el curso. Porque es uno de esos momentos que pasa muy desapercibido, hasta que llega el día en el que debemos enfrentarnos a él: la recogida de la clase.
Es un momento que llega al final del curso, cuando el agotamiento ya es total en todos los ámbitos. Es un momento de contrastes. Solo hay que pararse a observar cómo recogen su clase los docentes que saben que continuarán con el mismo grupo el curso siguiente, y cómo la recogen los docentes que saben que esa clase ya no volverá a estar ocupada por su alumnado actual. Y esa, queridos lectores, es una gran diferencia.
Porque recogidas hay de todo tipo, en todas hay emociones encontradas, pero, por desgracia, también las hay muy amargas.
Pero ese es el final de este artículo, y para llegar al final, antes hay una historia que contar.
Imaginad que lleváis varios años seguidos con el mismo grupo de niños y niñas, las circunstancias han hecho que sea así, generando y estrechando los enormes vínculos que se establecen en una convivencia diaria, en la que el cariño crece cada día, y esos niños y niñas que tienes en clase se convierten en personas muy especiales para vosotros, y que tenéis la inmensa fortuna de acompañarlos en el precioso camino que lleva de primaria a secundaria, llegando a sexto curso con ellos, viviendo multitud de momentos increíbles. Imaginad que, en ese ambiente tan especial y cercano que ya hay forjado en clase, que parece más una familia, toca afrontar la recta final del curso, con todo lo que eso supone, con ese pellizquito por dentro que ya te va alertando que eso tan especial que estáis viviendo, va lentamente llegando a su fin. Imaginad también que, tras tantos años juntos, queréis dedicarles la despedida que merecen, preparar algo que les que quede en el recuerdo, que les haga saber lo importantes que son, algo digno de ellos, a la altura de todo lo que habéis vivido juntos. Imaginad que, poco antes de comenzar este bonito trimestre final que habíais planeado, con todas esas ideas e ilusiones rondando tu cabeza, una terrible pandemia frena el mundo y vacía las escuelas de un día para otro.
Reconozco que, al principio, todos pensábamos que llegaríamos a tiempo para disfrutar de esos últimos momentos juntos, para hacer realidad nuestra preciosa despedida, pero a medida que avanzaban los días, la esperanza se iba diluyendo. Hasta que un día de comienzos de abril entendí que ya no volveríamos a estar todos juntos en clase, y confieso que ese día me costó algunas lágrimas. Y confieso también que esas lágrimas aún no se han ido. No estaba preparado, no quería creer que ese sería el final para este grupo, y me pudo la rabia y la pena. Ellos merecían tanto, y yo no podría ofrecérselo. Me rompió el alma.
Pero lo peor fue cuando ellos también fueron conscientes, y preguntaban en las videollamadas… qué duro se nos hizo asumirlo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que era incapaz de explicarles algo, porque no supe encontrar las palabras para hacerlo. Sin embargo, aquello nos unió más aún. Y sentí cada día, en las siguientes videollamadas, su empatía, su cariño, su saber estar. Vi cómo se esforzaban por hacer del momento algo más llevadero. Fue precioso vivir su reacción a ese duro momento, y comprobar, lleno de orgullo, las maravillosas personas en las que se están convirtiendo.
Y el curso no paró, estuvimos conectados a diario, disfrutando de nuestras clases online, explicando todo al detalle, para que fuesen tranquilos a Secundaria, sabiéndose preparados para afrontarla con éxito, aunque en cada videollamada siempre había tiempo para reír, para las anécdotas. Siempre comenzaba con el parte de actualidad, contándoles en qué fase nos encontrábamos, qué se podía hacer y qué no, recordando constantemente las normas de higiene y seguridad. Fue, en su peculiaridad, una manera de seguir acompañándonos, de seguir sintiéndonos cerca. Siempre quedará para el recuerdo esta etapa tan extraña, dura y complicada que nos ha tocado vivir, y cómo la vivimos con nuestra clase del cole.
Pero, inevitablemente, llegó el momento de la despedida. Fui haciéndome a la idea poco a poco, con mucho tiempo de antelación. Me prometí hacer algo sencillo, breve. Sabía que, a pesar de enfocarlo de manera divertida y alegre, a muchos nos resultaría un momento duro y triste, y no quería alargarlo. Llevo casi 20 años dedicado en cuerpo y alma a la docencia, con más ilusión a cada curso que pasa, pero también con más experiencia, pues ni aun así pude evitar los nervios momentos antes de hacer la videollamada. Para que todos pudieran conectarse, quedamos a las 11 de la mañana, y desde las 9, en el chat que hemos estado usando durante todo el confinamiento, estuvimos todos bromeando, sin haberlo preparado, pero creo que todos necesitábamos relajarnos y quitar hierro al momento que, en breve, íbamos a vivir, y así salió, sin más.
La videollamada comenzó bien, recordando algunas anécdotas de clase, viajes que hemos hecho todos juntos, bromeando. Reímos mucho, fue muy agradable estar así, con la sensación de volver a estar todos juntos, como si aún estuviésemos en nuestra clase, en una de nuestras charlas improvisadas que tanto nos gustaban. Era justo lo que quería, era justo lo que necesitábamos, sin más. Ellos se habían preparado unos breves mensajes para dedicar bonitas y sinceras palabras de despedida a sus compañeros y a su profe. Algunos, de manera natural y libre, comenzaron a leer sus mensajes de despedida, al primero yo ya estaba llorando, pero el ángulo de mi cámara me ayudaba a disimularlo, al menos durante un rato, así que me aproveché de eso, no quería contagiar mis lágrimas. Al final pidieron que fuese yo el que cerrara ese momento, que fuesen mías las últimas palabras de este curso, de estos años. Y prometo que las tenía preparadas, tenía mi «chuleta» colocada al lado de la pantalla, no porque me hiciera falta preparar nada, porque con ellos las palabras bonitas salen solas, se las merecen todas, las tenía preparadas precisamente porque sabía que iba a pasar lo que pasó, que no podía hablar. La emoción era tal, que fui incapaz de articular palabras. Lo intenté, y apenas pude. Respiraba hondo, ellos aplaudían desde sus casas, me vitoreaban, conseguían armarme de valor, y pude decir unas pocas palabras al menos. Sé que no necesitaban más discurso, todo lo que sentía y quería transmitir lo habíamos vivido juntos durante años.
Cuando terminó la videollamada viví una sensación nueva para mí, que no soy capaz de describir, jamás había sentido un vacío así como maestro, y mira que soy de los que siempre llora en las despedidas, porque las llevo muy mal. Pero aquello fue nuevo, diferente. Salí al patio, a jugar con mis hijos, es lo que necesitaba.
Estuve todo el día recibiendo mensajes preciosos de mi alumnado y de sus familias. Siempre han sido tremendamente generosos en sus palabras hacia mí.
Al día siguiente de vivir esta increíble montaña rusa de emociones volví al cole, más de tres meses después de dejarlo, y subí a mi clase, a nuestra clase. Qué raro todo, qué extraño se hizo. Ay, qué sensación estar allí, tanto tiempo después, tal y como quedó aquel viernes de marzo, pero sin ellos. Volví al cole como jamás quise volver, porque volví incompleto. Afortunadamente tengo compañeros y compañeras magníficos que saben cómo sacarte la sonrisa y devolverte la ilusión. Es lo que tiene compartir sensaciones y sentimientos. Es que esta profesión es otro rollo.
Allí estuve, recogiendo. Pero no recogía cosas, recogía recuerdos. No guardaba materiales y murales, guardaba momentos inolvidables. No archivaba porfolios ni trabajos, estaba archivando mucha vida compartida con muchas personas increíbles. Estaba allí, recogiendo todo lo que he vivido con esta generación de niños y niñas que me han marcado para siempre. Recoger la clase, solo, pero sabiendo que ellos siempre estarán ahí, formando parte de ella.
Y recobrando, poco a poco, una tímida sonrisa de orgullo por todo lo que hemos conseguido, y de ilusión por saber que, en septiembre, llegará otro grupo que colmará de alegría esa clase y que volverá a llenar el corazón de este humilde maestro.
Pues eso, ¿esta profesión? Otro rollo.
Ramón Rodríguez Galán @Profe_RamonRG
