No es por casualidad, es porque la educación, entendida desde el corazón, también tiene estos momentos.
Un momento que se acerca y que solo los docentes conocemos, un momento acompañado de una avalancha de emociones que, inevitablemente, nos pasará por encima, como ocurre siempre. Un momento que normalmente pasa inadvertido para el resto de personas, un momento que quedará solo en nuestra memoria, y en la de nuestros alumnos. El momento de la despedida.
Se acerca, se acerca tanto que ya está aquí, que en solo cuestión de días nos estaremos enfrentando a esa despedida que siempre me coge un pellizquito en el corazón, una despedida que siempre llevo mal. No importan los años de experiencia, da igual si el curso ha ido mejor o peor, es absurdo intentar hacerme el fuerte… en el momento de decir adiós, la despedida siempre me puede, me derrota.
Un momento triste, duro, pero a la vez tan bonito, tan lleno de emoción. Llevo quince años en este universo de la educación, años que me han dado para despedir a varias generaciones, y en cada despedida vuelve a pasar, vuelvo a sentir lo mismo. Es una extraña sensación de tristeza y melancolía, pero también de alegría y orgullo, al comprobar que hemos logrado crear algo único, algo realmente bonito. Y ahora vuelve a llegar ese momento otra vez, toca despedirme de mis niños, con los que he compartido 3º y 4º de primaria en nuestro cole, en Maristas Sevilla.
Hace dos años, cuando empezó esta última aventura, inauguré el curso compartiendo con sus familias un lema, en la presentación que preparé para nuestra primera reunión, en el que aparecían fotos de todos ellos y se podía leer: «mis 25 razones para ser feliz». No pude estar más acertado. Así ha sido. 25 personitas increíbles, que me han hecho sentir especial y único cada día de estos dos años, que me han querido, me han tenido paciencia infinita, me han perdonado cada fallo, y que me han hecho feliz, plenamente feliz.
Quizá porque han sido los dos años más difíciles que recuerdo, los dos años que más desgaste personal me han supuesto, los dos años en los que he afrontado un reto como nunca hubiera imaginado… quizá por todo eso, les quiera tanto. Porque en la adversidad hemos crecido, en la adversidad hemos madurado, en la adversidad hemos aprendido juntos. Pero más aún porque hemos sido siempre tan felices…
Este artículo se podría resumir en una sola palabra: GRACIAS. Del corazón me sale dar las gracias a cada uno de ellos, por ser como son, por hacerme ser lo que soy. No sería nada sin ellos. Quince años de profesión, y sentir que cada día me levanto con más ilusión que el anterior, con más ganas de venir a estar con ellos, a reír, a jugar, a aprender, a compartir momentos que formarán parte de nuestras vidas.
Ellos han sido mi inspiración constante, de su necesidad surgieron ideas increíbles, el trabajo realizado con ellos cada día ha sido un aprendizaje abrumador, indescriptible. Sé que, gracias a ellos, soy un poquito mejor. He visto el mundo a través de sus ojos, he sentido como ellos sienten, he sido consciente de que lo importante para ellos son otras cosas, que su atención está en otros sitios, en lugares mágicos donde hemos tenido la suerte de llegar y de enganchar con ellos.
Ellos han sabido sacar lo mejor de mí, me han permitido aprender que la educación se vive con calma, que no se corre, que se disfruta a cada momento. Me han dado un «bofetón» de realidad, me han explicado que la educación va al ritmo de cada uno de ellos, me han demostrado que queremos explicarles cosas para las que aún no están preparados, y que no somos nadie para adelantarnos a su momento, pues cuando estén preparados, ellos nos lo harán saber. He sentido, y he sufrido, cómo vamos contra la naturaleza, contra la lógica. Y hemos parado. Hemos parado a disfrutar del juego, hemos parado a reír sin límites, hemos parado toda una clase por una charla interesante, por solucionar un malentendido entre compañeros, hemos aprendido todos juntos que la vida prevalece, que el mundo puede parar cuando un niño quiere hablarte, y no pasa nada; que si escuchamos, tienen mucho que decir. Y han reconducido la educación, le han dado lógica, le han dado sentido a todo lo que hemos hecho en clase, lo han hecho ellos, sin darse cuenta, porque paré el mundo, y les escuché.
Y fueron conscientes que el mundo paraba para mirarlos a ellos, que sus cosas importantes pasaban a ser mis cosas importantes, que la educación caminaba con ellos, a su ritmo, jugando, disfrutando. Dejándoles ser niños, sin pretender nada más. Y supieron agradecerlo, como solo un niño es capaz de hacerlo, con miradas de cariño, con sonrisas que iluminan el día, con palabras que tocan el corazón. Y me regalaron el lujo de ser testigo directo de su aprendizaje, de verles crecer, y compartir con ellos cada momento.
Me han dedicado el más valioso de su tiempo, su infancia. Una infancia frágil, que hay que cuidar, a la que hay que dar su sitio, el sitio más importante. Ellos me han exigido estar siempre a la última, formarme continuamente para ofrecerles la mejor educación posible, la que ellos merecen. Han cambiado la visión que tenía de muchas cosas y me han inspirado a hacer proyectos increíbles, que nunca hubiese imaginado, con los que hemos disfrutado y aprendido por igual. Me han hecho viajar por todo el mundo, contando nuestras andanzas, nuestros proyectos, nuestra vida en clase, a muchos docentes que querían escucharnos. Me han abierto puertas que ni ellos saben, que aún no son capaces de valorar en su justa medida, aunque les hable de cada uno de sus logros. Les debo tanto.
Han conseguido que sus tardes sean suyas, que siempre encuentren un momento para jugar. Porque saben que el juego, para el niño, es aprendizaje, es medicina, es paz, es ilusión y creatividad, es vida. Su vida.
Dos años intensos, llenos de momentos inolvidables, de risas, de confidencias, de miradas cómplices, de secretos, dos años llenos de cosas bonitas. Dos años que en unos días verán cómo termina esta aventura, con los ojos llorosos pero esperanzados, porque una nueva aventura les espera en unos meses, otra aventura que les seguirá haciendo felices, con otro docente que les va a querer, les va a entender y a cuidar; y aunque ya en la distancia, su profe siempre estará ahí, siendo testigo de su crecimiento, de su vida. Porque este vínculo ya no se rompe.
Aún no sé cómo afrontaré nuestra despedida, creo que nunca sabré cómo hacerlo, es algo para lo que no me podré preparar. Lloraré, seguro. Les diré que les quiero, que nunca les olvidaré. Haremos una fiesta por todo lo alto. Bailaremos, cantaremos, reiremos y nos iremos a casa con la sensación de que hasta el último día ha sido inolvidable. Pero después sentiré que mi clase no volverá a ser la misma. Viviré la soledad de recoger tantas anécdotas, tantos recuerdos. De dejar la clase lista para un nuevo curso, para nuevos niños, para nuevas aventuras. Pero ya no será con ellos. Y aunque creen que lo saben, ellos no son capaces de saber realmente el lugar que ocupan en mi corazón.
Saber que cada día que salía de casa era para venir a mi otra casa, con mis niños, a seguir viviendo esa bonita historia que ayer quedó en pausa y que en breve será un stop. Duele, pero es tan bonito que bien merece la pena pasar por ello cada dos años, por eso no cambiaría esta profesión por nada.
Pero, ¿sabéis lo mejor de todo esto? Que no solo me pasa a mí, ni mucho menos, sé que ahora mismo hay miles de docentes pensando lo mismo, sintiendo lo mismo, imaginando lo mismo. Sé que hay miles de niños afortunados, porque tienen por profe a alguien que les quiere tanto, que les ha dado tanto, que les echará tanto de menos y con los que han sido tan felices, que seguro habrán disfrutado cada día de su cole, de su clase, de sus compañeros y de sus profes.
Porque, que nadie nos engañe, la educación la hacemos los docentes.
Llega la despedida, un momento duro y bonito a la vez. Es la magia de esta profesión. Por eso la amo, porque yo #soyMaestro.
Ramón Rodríguez Galán @Profe_RamonRG