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La despedida. Llega el momento.

Esta profesión va mucho más allá, llega tan lejos que nos deja momentos tan especiales como este que ahora se acerca. Un momento que solo los que tenemos la suerte de vivir a diario la escuela conocemos, un momento que siempre llega acompañado de una avalancha de emociones que, inevitablemente, nos pasará por encima, siempre ocurrió así, siempre lo hará. Un momento que, normalmente, pasa inadvertido para el resto de la sociedad, un momento que se grabará solo en la retina de los que allí estemos presentes, un momento que quedará solo en nuestra memoria, y en la de nuestro alumnado. Un momento que, quizá, nadie más conozca. Pero tú sí, y tu alumnado contigo.

El momento de la despedida.

Ya llega, ya se acerca ese momento, se acerca tanto que ya está aquí, que en solo cuestión de días nos estaremos enfrentando a esa despedida que siempre nos agarra un pellizquito en el corazón, una despedida que, lo reconozco, siempre llevo mal. Y aquí carecen de importancia los años de experiencia, da igual si el curso ha ido mejor o peor, es totalmente absurdo intentar hacerme el fuerte… porque en el momento de decir adiós, la despedida siempre me puede y, por momentos, me derrota.

Un momento triste, duro, pero tan bonito a la vez, tan lleno de emoción. Llevo veintitrés años dedicados a esta profesión, disfrutando de mi pasión de ser maestro, años en los que me ha tocado despedir a muchas generaciones diferentes, y cada curso me vuelve a pasar, en cada despedida vuelvo a sentir lo mismo. Es una extraña sensación de tristeza y melancolía, pero también de alegría y orgullo, de tremenda satisfacción al comprobar que hemos logrado crear algo único una vez más, algo realmente bonito y especial. Y toca volver a vivir ese momento otra vez, toca despedirme de los niños y niñas con los que he compartido tanto durante tanto tiempo. Es tanto el cariño, es tan fuerte y especial el vínculo, que saber que ya no estaremos juntos en una clase duele, y deja un pellizquito en el corazón que ya se deja notar, aunque aún no haya llegado.

No es fácil despedirse de veinticinco personas que lo han dado todo por mí, que me han regalado su cariño, que me han cuidado cada día, que me han hecho sentir especial y único, que me han querido, me han tenido paciencia, me han perdonado cada fallo, y que me han hecho feliz, muy feliz. Estar con ellos en clase tiene algo de magia, pues son capaces de hacerme olvidar, por momentos, los nubarrones que a veces hay fuera de esas paredes.

Y sí, ha sido un curso duro en lo personal, eso quizá lo intensificara todo un poquito más, puede ser, y quizá por todo eso ahora se haga duro dejarlo marchar, puede ser. Porque en la adversidad hemos crecido, en la adversidad hemos madurado, en la adversidad hemos aprendido juntos. Puede ser. Pero más allá de eso, hemos sido siempre tan felices…

Bien podría resumir todo en una sola palabra: GRACIAS. Y es que del corazón me sale dar las gracias a cada uno de ellos, por ser como son, por hacerme ser lo que soy. Sin ellos no sería el maestro que soy. Y para mí, ser maestro es una parte esencial de mi vida. Veintitrés años de profesión, y sentir que cada día me levanto con ilusión por ir al cole, con ganas de estar con ellos, de reír, de jugar, de aprender, de compartir momentos que formarán parte de nuestras vidas para siempre, de vivir juntos a ellos esa etapa tan única y especial de sus vidas y ayudarles que sea una etapa feliz.

Ellos han sido mi inspiración constante, de su necesidad surgieron ideas increíbles, el trabajo realizado con ellos cada día ha sido un aprendizaje abrumador, indescriptible. Sé que gracias a ellos soy mejor maestro, sé que gracias a ellos soy mejor persona. Me han permitido ver el mundo a través de sus ojos, me han permitido sentir lo que ellos sienten, me han ayudado a ser consciente de que lo importante para ellos son otras cosas, que su atención está en otros sitios, en lugares mágicos donde hemos tenido la suerte de llegar y de enganchar con ellos.

Ellos han sabido sacar lo mejor de mí, me han permitido aprender que la educación se vive con calma, que no se corre, que se disfruta a cada momento. Me han ayudado a vivir en la realidad, me han explicado que la educación va al ritmo de cada uno de ellos, me han demostrado que queremos explicarles cosas para las que aún no están preparados, y que no somos nadie para adelantarnos a su momento, pues cuando estén preparados, ellos nos lo harán saber. He sentido, y he sufrido, cómo en ocasiones vamos contra natura, contra la lógica. Y hemos parado. Hemos parado a disfrutar del juego, hemos parado a reír sin límites, hemos parado toda una clase por una charla interesante, por solucionar un malentendido entre compañeros, hemos aprendido todos juntos que la vida prevalece, que el mundo puede parar cuando un niño quiere hablarte, y que luego sigue girando; me han enseñado que, si los escuchamos, ellos tienen mucho que decir. Y han reconducido la educación, la han hecho lógica, le han dado sentido a todo lo que hemos hecho en clase, lo han hecho ellos, sin darse cuenta, porque paré el mundo, y los escuché. Y luego siguió girando.

Y fueron conscientes de que el mundo paraba para mirarlos a ellos, que sus cosas importantes pasaban a ser mis cosas importantes, que la educación caminaba con ellos, a su ritmo, esperando, jugando, disfrutando. Dejándoles ser niños, sin pretender nada más. Y supieron agradecerlo, como solo un niño es capaz de hacerlo, con miradas de cariño, con sonrisas que iluminan el día, con palabras que tocan el corazón. Y me regalaron el lujo de ser testigo directo de su aprendizaje, de verlos crecer y compartir con ellos cada momento.

Me han dedicado el más valioso de su tiempo, su infancia. Una infancia frágil, que hay que cuidar, a la que hay que dar su sitio, el sitio más importante. Ellos me han exigido estar siempre a la última, formarme continuamente para ofrecerles la mejor educación posible, la que ellos merecen. Han cambiado la visión que tenía de muchas cosas y me han inspirado a hacer proyectos increíbles, que nunca hubiese imaginado, con los que hemos disfrutado y aprendido por igual. Me han hecho viajar por todo el mundo, contando nuestras andanzas, nuestros proyectos, nuestra vida en clase, a muchos docentes que querían escucharnos. Me han abierto puertas que ni ellos saben, que aún no son capaces de valorar en su justa medida, aunque cada vez que vuelvo de un viaje les hable de cada uno de sus logros. Les debo mucho.

Han conseguido que sus tardes sean suyas, que siempre encuentren momentos para jugar. Porque saben que el juego, para el niño, es aprendizaje, es medicina, es paz, es ilusión y creatividad, es vida. Su vida.

Un curso intenso, lleno de momentos inolvidables, de risas, de confidencias, de miradas cómplices, de secretos, un curso repleto de cosas bonitas. Un curso que en unos días verá cómo termina esta aventura, con los ojos llorosos pero esperanzados, porque una nueva aventura les espera en unos meses, otra aventura que les seguirá haciendo felices, con otro docente que los va a querer, les va a entender y a cuidar; y aunque ya en la distancia, su profe siempre estará ahí, siendo testigo de su crecimiento, de su vida. Porque este vínculo ya no se rompe.

Aún no sé cómo afrontaré esta nueva despedida, creo que nunca sabré hacerlo, es algo para lo que no me podré preparar. Lloraré, seguro. Les diré que los quiero, que nunca los olvidaré. Haremos una fiesta por todo lo alto. Bailaremos, cantaremos, reiremos y nos iremos a casa con la sensación de que hasta el último día ha sido inolvidable. Pero después sentiré que mi clase no volverá a ser la misma. Viviré la soledad de recoger tantas anécdotas, tantos recuerdos, tanta vida. Dejaré la clase lista para un nuevo curso, para nuevos niños, para nuevas aventuras. Pero ya no será con ellos. Y aunque creen que lo saben, ellos no son capaces de saber realmente el lugar que ocupan en mi corazón. Saber que cada día que salía de casa era para venir a mi otra casa, que es lo que conseguimos hacer de nuestra clase, a seguir viviendo esa bonita historia que ayer quedó en pausa y que en breve será un stop. Duele, pero es tan bonito que bien merece la pena pasar por ello las veces que hagan falta, por eso no cambiaría esta profesión por nada.

Pero ¿sabéis lo mejor de todo esto? Que no solo me pasa a mí, ni mucho menos, sé que ahora mismo hay miles de docentes pensando lo mismo, sintiendo lo mismo, imaginando lo mismo. Quizá tú, que lo estás leyendo. Y sé que hay miles de niños y niñas muy afortunados, porque tienen por profe a alguien que los quiere tanto, que les ha dado tanto, que les echará tanto de menos y con los que han sido tan felices, que seguro habrán disfrutado cada día de su cole, de su clase, de sus compañeros y de sus profes.

Y el curso que viene, o el siguiente, volverá a ocurrir lo mismo. Porque así será siempre, curso tras curso.

Ayer me escribió una alumna en una carta: “Profe, contigo me siento en casa.”. Y ya está.

Llega la despedida, un momento duro y bonito a la vez. Es la magia de esta profesión. Por eso la amo, porque yo #soyMaestro.

Ánimo con la despedida, un abrazo inmenso.

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